martes, 15 de mayo de 2012

“CHACHAWARMI ”, ACOMPAÑAMIENTO MÁS QUE EQUIDAD: Reflexiones sobre las reivindicaciones femeninas en el contexto indigenista andino boliviano.


INTRODUCCIÓN
En los últimos tiempos se han puesto en boga discursos reivindicatorios de las culturas consideradas subalternas por la cultura occidental dominante.  En este sentido, en Latinoamérica los discursos políticos emergentes de corte indigenista se han constituido en vanguardia de aquellas organizaciones políticas y sociales que están por la liberación de los pueblos excluidos y la descolonización.

En Bolivia, a partir de la década de los 80, ha cobrado fuerza la ideología política de las reivindicaciones étnicas, sobre todo andinas (aymara y quechua) en contra del colonialismo, y que de alguna forma aún persiste en la actualidad. En esta perspectiva, una de las principales manifestaciones reivindicatorias ha constituido la celebración del Año Nuevo Aymara en Tiwanaku, y posteriormente en otros lugares considerados sagrados.  Sin embargo, es con la ascensión de Evo Morales a la presidencia de la república que prácticamente se oficializa tal discurso en las organizaciones indígenas como CONAMAQ y “Bartolina Sisa”, y asimismo se instituyen grupos de defensa del gobierno, como los denominados “Ponchos Rojos”.

En el contexto de este discurso se comienzan a manejar ciertos valores de la cosmovisión andina que formaron parte de las culturas milenarias y que todavía perviven de alguna manera en algunos ayllus del Altiplano paceño y orureño, y comunidades quechuas de Cochabamba, Potosí y Sucre a pesar de la inminente penetración de la cultura occidental por parte de las iglesias cristianas, y actualmente por la economía de mercado y las ONG´s con la globalización. Tales valores principalmente corresponden a las llamadas complementariedad y reciprocidad, base de las relaciones humanas y garantía de la vida comunitaria y familiar.

Por otro lado, también la temática de equidad de género comienza a irrumpir como otra reivindicación a partir de la década de los 80, cuando surge la globalización y el neoliberalismo, pero también con la institucionalización de la democracia, es así que surgen distintos movimientos sociales femeninos a nivel mundial y también latinoamericano. En Bolivia, son las ONG´s quienes coadyuvan con la organización y capacitación de las mujeres respecto a sus demandas, en el sector rural y en las clases populares urbanas. En la clase media surgen movimientos sociales feministas, sin embargo no encuentran puntos de encuentro con los grupos femeninos de clases populares e indígenas.  En este marco, deseo expresar cómo se entrecruzan en la práctica, ambas reivindicaciones: indigenistas y de género.

ALGUNOS CONCEPTOS DE ANÁLISIS
Si tomamos el término etnia más ampliamente, como cultura, ya que conlleva una serie de representaciones simbólicas y no sólo se basa en rasgos físicos ya que el término etnicidad suplió al de raza para inscribir una definición ideológica política por encima de la definición de rasgos biológicos queriendo minimizar y ocultar discriminaciones y exclusiones en base a diferencias naturales poniéndolas en términos ideológicos pero que en última instancia igual generan desigualdades (Stolcke, s/f), los sistemas simbólicos comprenden modos de ver el mundo, acciones y experiencias diversas que son compartidas por los individuos para comunicarse entre sí, así la cultura es el aspecto simbólico expresivo de todas las prácticas sociales (Thompson, s/f. En: Giménez, s/f) y no sólo se reduce a la raza.  En esta óptica, la cultura andina como cualquier otra, se distingue por los significados particulares que le otorgan a la visión del mundo, al idioma, sentidos, creencias, rituales, relaciones laborales, etc.  Para Geertz (1973) la cultura también denota un esquema históricamente transmitido de significaciones representadas en símbolos, pero sus críticos afirman que no toma suficientemente en cuenta los fenómenos de poder y del conflicto social que sirven de contexto a la cultura, pues los constructos sociales también son manifestaciones de las relaciones de poder…, y frecuentemente la cultura funciona como máscara de la dominación (Thompson, 1990. En: Giménez, 1994: 40).

Cuando se habla de poder, me refiero a aquella forma que se introduce en el cuerpo, en los gestos y conductas produciendo un efecto intimidante en el sujeto receptor, a veces de manera sutil y paternal, y otras ejerciendo presión y tensión entre el que “sabe” y el que “no sabe” (Foucault, 1979: 109 – 159), que surgen en las relaciones entre individuos de distintas culturas, clase, sexo y/o edad.

Desde esta mirada, el género posee connotaciones sociales y culturales, pues se trata de una construcción social basada en la sexualidad en la que cada cultura otorga ciertos significados a las diferencias sexuales definiendo los roles genéricos. Las categorías de género, raza, cultura están conformadas por el conjunto de ideas por las que cada sociedad define atributos y estereotipos de cada sociedad, así, poseen una dimensión simbólica que es aceptada socialmente y las formas de exclusión y dominación se hallan plenamente justificadas pasando desapercibidas como tales en las distintas construcciones culturales ya que se basan en una naturalización de pensamientos y actos que se realizan inconscientemente (Comas D´Argemir, 1995).
 
Los anteriores conceptos necesariamente construyen la identidad, que tiene un carácter procesual y no estructural, no es única sino múltiple, no es estable sino móvil (Goffman, 1986), es algo aprendido durante la vida en interacción constante con otros individuos (Bejar, 1983), de aquí su plasticidad, capacidad de variación, de reacomodamiento y de modulación interna, las identidades emergen y varían con el tiempo (Giménez, 1994).

RELACIONES DE GÉNERO EN LA COMUNIDAD RURAL

Apoyándome en las categorías descritas, si se analizan aspectos importantes de la vida en la comunidad andina como son: el trabajo productivo (agricultura y ganadería) y reproductivo (trabajo doméstico), toma de decisiones familiares, cosmovisión mítica manifestada en creencias, rituales y prácticas, y la participación fuera del hogar (organizaciones, capacitación, vida social) de varones y mujeres se puede decir que el chachawarmi significa “hacer algo juntos”, acompañarse entre la pareja, incluso entre toda la familia, cumpliéndose así, la complementariedad: 
“Cuando somos marido y mujer somos sólo para los dos…, somos como los animalitos que siempre se juntan de dos en dos, los pajaritos siempre están juntitos…, así nomás somos en el matrimonio” (Comunaria aymara de Irama Belén, Achacachi)

Por ejemplo en el trabajo productivo el varón es quien realiza las tareas más pesadas y la mujer, las más livianas y de detalle, pero trabajan juntos. Si bien el esposo y los/las hijas ayudan en el trabajo doméstico, la directa responsable es la esposa teniendo que realizar además el trabajo productivo y la comercialización.  En la toma de decisiones, cuando está el esposo en la comunidad se consultan entre ambos, pero de la educación y cuidado de los/las hijas es responsable la mujer en su rol de madre. La realización de rituales y transmisión de creencias en la familia corresponde a la esposa ya que está en permanente relación con las necesidades del hogar y con los hijos, mientras que los varones, si efectúan algún ritual lo hacen en la organización guiados por la idea de recuperación de valores andinos de los últimos años, por lo que es ella la directa transmisora de la cultura pero no es reconocida como tal. La participación en actividades externas normalmente es función del esposo, sólo cuando él está ausente, la mujer participa, aumentando sus tareas y responsabilidades, pero está mal visto que no asistan en pareja a eventos recreativos, y más si una mujer asiste sola ya que el control social en la comunidad es fuerte, sobre todo hacia  la mujer.

En cuanto a la propiedad de la tierra, si bien la mujer no es la directa propietaria, en su imaginario simbólico no es muy importante ya que se considera que si está a nombre del marido está a nombre de toda la familia.

CONCLUSIONES
Desde una mirada occidental en la pareja andina no hay equidad, pero desde una mirada indigenista andina que, por cierto se está perdiendo en las actuales generaciones ya que se vive en una hibridación cultural (García, 1990) por la migración constante del esposo y en la misma comunidad, sin embargo en la estructura simbólica, de algún modo, la pareja se considera una sola entidad, pues el matrimonio es nacer a un nuevo estado en el que se diluyen las identidades individuales, pero si bien se cumple la complementariedad (acompañamiento) y la reciprocidad ya que comparten una vida no quiere decir que exista equidad. Además, se ve como algo natural la creencia de que el varón es débil, entonces la esposa no solo asume dicho papel sino también el de madre de su esposo. 

Al migrar a la ciudad la identidad y las relaciones de poder cambian ya que, así se sea indígena y  se tenga por raíz la cultura andina, ésta cambia en el tiempo y en el espacio, pues el varón en vez de acompañar a su pareja se vuelve más machista, y la mujer toma conciencia de sus derechos individuales y de la dominación ejercida por su esposo ya que se asumen representaciones simbólicas del mundo occidental. Así, se pierde el concepto de unidad indisoluble con cierta armonía[1] y el cierto poder que tiene la mujer, así sea en el ámbito privado se pierde cuando la pareja decide migrar. En la ciudad la mujer tiene que competir con el varón, capacitarse, si quiere tener algún poder.  Entonces se cambia una estructura simbólica por otra creándose más conflictos.
Si antes (en el espacio rural) existía alguna armonía entre la pareja, en el urbano se vuelve de oposición y de confrontación. 

En última instancia, en las/los comunarios de mediana edad y económicamente activos surge la contradicción entre valores colectivos (comunales y familiares) e individuales ya que viven en permanente tensión entre dos mundos, cuyos distintos sistemas valóricos, al ser opuestos y parezcan fusionados, en el imaginario simbólico afectan a su definición identitaria. Los/las mayores conservan más su cultura, expresada en su pensamiento, ya que el vivir en la comunidad es una especie de garantía, mientras que los/las jóvenes que migran a la ciudad resultan casi ajenos a la visión colectiva de la comunidad.

Finalmente, quienes se establecen en la ciudad, si bien van asumiendo valores individuales expresados en derechos, aún conservan la representación de la familia como una fuerte cohesión, sagrada e inamovible a pesar de que se va perdiendo el cierto equilibrio que da el acompañamiento en las parejas comunarias, lo que hace que sea más profunda la crisis identitaria al poseer orígenes culturales y étnicos andinos y a la vez ir asumiendovalores de la occidentalidad.








[1] Aunque el esposo llegue a tratar con violencia a su pareja, ella considera que tiene derecho y que también es una forma de expresarle su sentimiento, que le importa.