martes, 6 de agosto de 2013

DEL ESTIGMA A LA PLENITUD



Artículo publicado en: Página Siete. Rev. Miradas. Sec. EL MEJOR VIAJE DE MI VIDA
Domingo 4 de agosto de 2013



San Pedro de Buena Vista
Norte de Potosí

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De un momento a otro me invitaron a escribir sobre el mejor viaje de mi vida. Al principio pensé en relatar un viaje especial de recreación y conocimiento de otras culturas que hice, pero luego recordé un viaje muy importante para mí porque me permitió encontrar el otro referente de mi identidad.

Mis padres se divorciaron antes de que yo naciera y prácticamente me crié con mis abuelos maternos ya que mi madre se fue tras el  “sueño americano”, y mi padre permaneció en la sombra durante muchos años. Yo me miraba al espejo y no me parecía ni a mi madre ni a mis abuelos, ellos eran blancos y yo morena, y no sólo eso, en mi infancia, cuando les hacía renegar, el peor insulto que recibía era “Tienes un carácter terrible, igual a tu papá”, y yo decía ¿quién será mi papá?, ¿un demonio?

Un día, cuando tenía 6 años mi papi se apareció en el colegio y le dejaron verme, algo que había sido prohibido en el colegio por mis abuelos. Hasta ahora recuerdo como temblaba y sinceramente creí que era un demonio, más porque estaba vestido de negro, pero claro, lo vi y me reconocí físicamente, ambos teníamos el cabello muy crespo, éramos morenos y teníamos la misma mirada. Él trataba de acercarse a mí pero yo, paralizada, no lo dejaba por lo que me decían de él, pues yo no quería parecerme a mi padre.

Pasó el tiempo y mi padre permaneció en el olvido y yo trataba de parecerme a mi familia materna pero esto no sucedía ni en pensamiento. Ya, adolescente y adulta me encontré un par de veces con él pero no lográbamos comunicarnos ya que él, resentido con mi abuelo materno lo único que hacía era hablarme mal de él, y esto yo no lo podía permitir puesto que había sido mi único referente paterno y masculino en mi vida, así que una vez más lo alejé de mi vida.  Pero también notaba que nos parecíamos mucho en el carácter, con eso peor, yo me sentía miserable, no sólo por ello sino porque ni físicamente ni en ideas encontraba eco en mi familia materna que se consideraba de clase media alta.

Ustedes dirán qué rato llega el viaje, bueno, mi padre enfermó gravemente y como yo consideraba que no teníamos lazos que nos unieran no lo fui a ver a pesar de que en dos ocasiones mis hermanos por línea paterna me buscaron, compartimos pero consideré que no teníamos ideas en común, eran de derecha, pro imperialistas y lo que es peor, machistas. Para esa época yo ya era socióloga, de izquierda y encantada con los llamados “indios” de quienes recibí mucho cariño en mi infancia, y no sentía ninguna identificación con ninguna familia.

Cuando mi padre ya estaba agonizando me volvieron a llamar, fui a verlo y ahí solamente atiné a decirle que me perdonara (no sabía muy bien por qué) y que yo también lo perdonaba (tampoco sabía exactamente de qué, posiblemente de su abandono pero también de que, en su dolor tratara de invalorar la figura de mi abuelo). Falleció y fui sola al entierro, tampoco quería saber nada de mis medios hermanos, sin embargo por las palabras que dirigió mi hermano en homenaje a mi padre recién me enteré que él había sido de una familia humilde y que nació en el Norte de Potosí, en San Pedro de Buena Vista. Que salió a muy temprana edad y con mucho esfuerzo se hizo ingeniero agrónomo (cosa que yo sabía) obteniendo becas en el exterior, pero lo más sorprendente fue escuchar contar como nuestro padre había ayudado a muchos comunarios y que siempre fue solidario con la gente pobre, especialmente, campesina.

Al escuchar lloré tanto porque recién descubría por qué tenía ese sentimiento tan fuerte hacia los indígenas. Agradecí por ser su hija y recién ahí empezó nuestra relación, antes, sus rencores por mi familia materna impidieron tener esta comunicación. El día que presenté mi primera publicación, al salir del evento me comunicaron que había fallecido, esto lo consideré como el mejor regalo que me dejó: el ojo crítico y la persistencia.

Fui hasta San Pedro de Buena vista, por un camino de terror, un paisaje hermoso de valle que subía y bajaba y volvía a subir, llegué muerta de miedo pero nuevamente lloré al conocer la casa en la que había vivido y al escuchar que los sanpedreños como muchos pueblos del Norte de Potosí se caracterizaban por ser muy guerreros. No saben el alivio que sentí después de encontrarme con este referente identitario que me faltó casi mitad de mi vida, yo pertenecía allí, y de ahí mi carácter “terrible” ¿por qué? Porque yo era guerrera pero mujer. Hoy por hoy me considero mestiza guerrera de sangre quechua, de corazón aymara y feminista, reivindicando también a mi madre quien no soportó el machismo típico de los pueblos andinos.

Pelea de Toros
San Pedro de Buena Vista

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