martes, 25 de agosto de 2015

OTAVALO, DONDE LO AJENO ES LO PROPIO

Publicado como: "En Otavalo lo ajeno es propio" en Página Siete el domingo 23 de agosto de 2015




En 2014 realicé un viaje largamente añorado a la sierra del Ecuador, para descubrir por mí misma la riqueza indígena de Otavalo, provincia de Imbabura.  Se trata de un lugar paradisiaco, del maíz y de volcanes: el Tata Imbabura y la Mama Cotacachi. En medio se encuentra esta población salida de una pintura postmoderna. Por un lado están los indígenas kichwas vestidos/as con su ropa típica, sobre todo las mujeres; poncho azul, pantalón blanco y sombrero para los varones, y blusas bordadas y anacus[1] para las mujeres; y ambos con su larga trenza y sus alpargatas que hacen a su identidad inconfundible; y por otro, la población mestiza.

Estuve para Navidad, donde pude observar una ciudad casi europea que, en medio del tradicional mercado artesanal de la Plaza de los Ponchos, los turistas encontraban  todo a lo que están acostumbrados: confortables hoteles al estilo occidental, desde suites hasta un desayuno americano pero con nombres como "El Indio INN".

A la par del variado comercio se imponen tiendas de blusas bordadas a mano que usan las otavaleñas, de bisutería y artesanías, además de amuletos junto a todo tipo de talismanes hindús para “atraer buenas energías y ahuyentar las malas”. En cuanto a la comida, lado a lado están puestos de fritadas, cuys y sandwiches de higos con queso; y pizzerías, chifas y restaurantes de comida rápida.Igualmente se degustan, desde jugos de jitomate hasta cerveza, pasando por los ricos canelazos (aguardiente con agüita de canela). Asimismo, discotecas de rock y cumbias chichas, y una que otra peña de los famosos sanjuanitos que, en realidad tuve que buscarlas.

Se trata de una convivencia intercultural, pero es más que eso, se trata de una    apropiación sin ningún problema, de valores y significados occidentales. Aquí van algunas muestras de este entretejido abigarrado que aún no vi en la Isla del Sol ni en Copacabana, por ejemplificar.

Se ofrecía cena navideña con velas y con un menú europeo, pero al lado el mismo dueño vendía mote con fritada a los transeúntes. Lo más encantador era que las camareras (indígenas y mestizas) a la par que vestían el traje otavaleño usaban un gorro de Papa Noel.

En las expresiones religiosas, como en la mayor parte de Latinoamérica se impone la infraestructura recargada de la iglesia católica, pero también existen varias iglesias evangélicas. En la noche navideña, asistieron a la misa de gallo, comunarios en su mayoría viejitos/as, que bajaron de las distintas parroquias (comunidades) de la sierra. También había indígenas citadinos más jóvenes, comerciantes e hijos de los primeros.

Algo que me conmovió mucho fueron los villancicos cantados por los comunarios en kichwa y español, con una fe y devoción admirables, mientras el celebrante les arengaba como a sus hijos. Un viejito me pidió una imagen del Niño Jesús que yo llevaba y lo acarició y besó con una humildad y fervor que me paralizaron. En ese instante, el mundo estaba detenido en la época colonial. Cuando terminó la misa volvieron a la sierra, y los citadinos regaron las calles con pétalos de rosas y prendieron fuegos artificiales y estrellitas, otros circulaban en lujosos carros, y los evangélicos no habían dejado de vender sus mercancías, ya que era una oportunidad de ganar dinero, algunos de ellos recién irían a su culto al día siguiente “si el tiempo les alcanzaba” según me dijeron, lo cual nos ubica en un tiempo moderno – capitalista: “time is money”.


Se veía movimiento comercial donde lo llamativo eran las tiendas de ropa típica que modelaban maniquís altas, delgadas y blancas; junto a pequeños centros comerciales de ropa americana atendida mayormente por indígenas.

También eran guías de turismo, atendían hoteles, restaurantes, internet[2]; manejaban casi toda la economía. Sin embargo, los dueños,  también indígenas estaban en Europa y Asia trabajando de lo que sea, generalmente de músicos y vendiendo artesanías, viviendo en la incomodidad más grande para enviar todo el dinero posible para agrandar el negocio.  Algunos de los empleados, hablaban, además de español y kichwa, inglés, y hasta alemán; y contaban como si nada que también habían recorrido parte del mundo, prácticamente iban y volvían hasta que decidían establecerse nuevamente pero con un buen estatus económico.

Esa semana se podían observar en los pueblitos aledaños (Quiroga, Carabuela, Peguche) bodas de comunarios, y luego danzas de sanjuanitos y fandangos en la puerta de la iglesia

al son de arpa de cajón y rondador, para después trasladarse a la parroquia a continuar la fiesta, donde según me relataron, se puede festejar días, y que por eso algunos de los jóvenes que viven en Otavalo prefieren ser evangélicos, ya que sufrían los excesos de sus padres, y consideraban que las borracheras eran “cosa de indios”.



La noche del 31 llevaban antifaces y/o pelucas de colores, encendían fogatas y quemaban muñecos, era una mezcla de Carnaval, Halloween y San Juan, se comía uvas en la plaza y se escuchaba música cumbia chicha y también a Los Kjarkas, pero ni un sanjuanito que, según me contaron estaban reservados para la fiesta del Inti Raymi que sobre todo se celebra en el área semi-rural de Peguche y para los extranjeros, como sucede en Tiwanaku con el Año Nuevo Aymara.






Así, son prósperos comerciantes y propietarios, hacen crecer el turismo y venden rituales casados con los de la nueva era, al tiempo que conservan su ropa originaria y su arte, una combinación capitalista con lo “étnico – exótico”, con lo dis que ancestral, donde el mensaje al turista es “mientras tu sueñas con mi cultura, yo me enriquezco como me has enseñado”, entonces ¿qué es lo que queda de la cultura indígena y de la identidad? Ya que los escuché evocando irse a cultivar como sus padres, pero la “civilización” moderna del capital es más tentadora, acompañada de la lógica racional protestante (Weber, 1944). Sólo queda la añoranza del contacto con la tierra y de la comunidad expresada en la vestimenta, música y en parte, en la comida.


Salud Otavalo!



Éstos son hechos con tela colombiana porque es más barata, similar a lo que pasa con la pollera de la chola paceña, hecha de tela china.

2 Son expertos en jueguitos en la computadora, en wi fi y Facebook. Había una peluquería que se llamaba “Facelook”.